Hoy me permito una reflexión llevada al límite. Una vuelta de tuerca a lo más cotidiano. Y es que vivimos en un mundo en el que a diario se nos presenta una gran contradicción. La que se produce entre los mensajes de “buenismo” que nos transmiten las campañas de publicidad y la realidad cotidiana de competencia y abuso que fomentan esas mismas empresas que pagan las campañas.
El individualismo llevado al límite de la competencia más brutal es el paradigma que domina nuestra sociedad, y, a la vez, los anuncios donde nos invitan a la solidaridad y la responsabilidad son la tónica del marketing actual.
Desde hace tiempo nos enseñan que debemos pensar en nosotros y nuestro bienestar antes que nada. Como si el de la gente que tenemos a nuestro alrededor no nos afectara. Y que cada uno le dé a la palabra alrededor la magnitud que crea conveniente. Hacemos lo que queremos, y si reprendemos a alguien por abusar y despreciar a los demás seremos, en muchas ocasiones, tachados de intransigentes.
Es habitual que quienes se han ido a otros países, y estoy pensando en Estados Unidos, y han triunfado, nos digan que la diferencia es que allí la gente tiene un sueño y va a por él. Lo que no nos dicen es la cantidad de gente que se queda en el camino, a veces arrastrando a otros a situaciones muy complicadas, o la gente que se ve arrastrada hacia abajo en la subida de otro. Porque para subir, hay que pisar a los que están debajo. El sueño americano y el carácter emprendedor del americano medio, dos conceptos que nos han sabido vender siempre, deja un puñado de multimillonarios y unas enormes bolsas de pobreza, desesperación y precariedad.
Todo esto no es más que el afianzamiento de la cultura de glorificar al abusón. Alguien que es capaz de pisar a otros en su camino hacia la cima. Cueste lo que cueste. No nos planteamos crear los mecanismos de defensa que puedan hacer que estas situaciones no se den, sino que preferimos recomendar a otros que aprendan a defenderse y hagan lo mismo que los demás, es decir, que se conviertan ellos en abusones.
Las figuras de los abusones son variadas e incluso se usan como personajes ridículos a los que es fácil hacer que se enfrenten a sus miserias. Pero eso solo pasa en las películas o series de televisión. Todos conocemos el personaje de Nelson en los Simpsons. Pero en la realidad, estos abusones se hacen fuertes gracias, muchas veces, a que disponen de una colección de acólitos que, esperando poder rebañar de los frutos del abuso, son capaces de cualquier cosa para afianzar la posición de su líder, que también abusa de ellos, aunque en este caso estén dispuestos a permitirlo.
Chicos y chicas en los colegios o institutos. Jefecillos en las empresas. Matones al volante. “Personalidades” de todo tipo en cualquier ámbito de la cultura o la educación, que se creen con derecho a decidir lo que es bueno. Políticos que basan su poder en acusar, oprimir y deprimir a los más débiles. La definición de abusón encaja con multitud de personajes de nuestro entorno cotidiano.
A la actitud general, hay que añadir el vocabulario, la vestimenta, la gesticulación o el comportamiento, que desprenden en todo momento una agresividad y una pose chulesca que invita a entrar en la confrontación.
Es posible que todo esto parezca exagerado. Depende, en muchos casos, de en qué lado del abuso te encuentres en este momento. Porque todo va en función del momento. A veces somos abusones y otras abusados. Pero incluso me permito decir que da igual. Porque seremos lo uno o lo otro en función de que aceptemos el juego y el papel que desempeñamos en él.
Luchar contra esto no es una cuestión de plantarse, como si de un duelo del Far-West se tratara, creyendo en aquella máxima que decía que “el valiente es valiente, hasta que el cobarde quiere”. Hace falta plantarse ante el sistema. Y eso es otro cantar. Porque la soledad más absoluta es lo que espera a quien se atreve a poner en duda el sistema establecido. Incluso, a veces, la percepción del éxito en la lucha es solo cambiar un abuso por otro. La soledad y el desprecio de algunos de los que tenemos alrededor que no comprenden que el esfuerzo también les beneficia a ellos.
Quizá todo sea eso, una continua rueda de abusos que unas veces nos tiene arriba y otras abajo, pero lo que es cierto es que la culpabilidad ante los abusos no la podemos dejar solo en el autor material de los mismos. Deberíamos empezar a pensar en la actitud de mirar para otro lado que ayuda y amplía en muchas ocasiones las posibilidades de abusar.
Me gustaría terminar esta breve reflexión diciendo que estoy seguro de que la solidaridad, la cooperación, la empatía, términos que enseñan a los escolares y sobre los que les hacen escribir redacciones y realizar murales o presentaciones, van a ser las dominantes en cuestión de muy poco tiempo y todo va a cambiar. Pero no puedo. Mi realismo me lo impide. Cuando vemos una y otra vez, en las llamadas “cumbres” de personajes de lo más variopinto, políticos, mandatarios, etc, que se levantan de las mesas de debate sin acordar nada, incluso cuando hay miles de personas esperando una solución, por detalles nimios como un nombre o una preferencia, nos damos cuenta de que los intereses particulares siempre dominan frente a las llamadas a compartir y mirar por el bien común. ¡Abusones!
Lo que quizá no nos demos cuenta es que esa situación se vuelve contra nosotros, porque compartimos el mundo y somos interdependientes. Abusar es discriminar. Y un mundo con discriminación es un mundo insostenible.
Dejando a los demás la única salida de buscarse a alguien más débil y convertirse en abusón estamos contribuyendo a perpetuar este sistema social que solo glorifica y adula a quien es capaz de llegar a lo más alto. Haya hecho lo que haya hecho para llegar ahí. O para mantenerse.
Y así nos va.
Y, como diría Nelson, ¡Ja, Ja!
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