Esta frase, de dudosa calidad gramatical, es habitual en los comercios españoles desde hace algún tiempo. Sean grandes o pequeños, ya no nos ofrecen una bolsa para llevar nuestra compra, sino que nos indican la posibilidad de comprarla, aunque no sea así, exactamente.
Se trata de la aplicación de la legislación que obliga a cobrar las bolsas de plástico de un solo uso a los clientes de los comercios. Esta obligación surge ante la enorme cantidad de residuos plásticos que generamos y que tienen un claro ejemplo en las miles de bolsas de plástico que acumulamos y que muchas veces no sabemos lo que hacer con ellas.
Existe una concienciación general acerca de la necesidad de reducir el consumo de bolsas de plástico. En esta actitud se mezclan razones de todo tipo y se acepta sea cual sea el tramo de edad o el estrato social de la clientela.
Al principio, cuando esta obligación de cobrar las bolsas apareció, estaba estipulado que las bolsas entregadas aparecieran en los tickets de compra y el valor de las mismas, establecido por ley, aunque dependía mucho de en qué comercio estuviéramos, se tenía que ingresar en las arcas de la administración. Era, por lo tanto, un impuesto del que se hacía recaudadores y colaboradores necesarios a los miles de comerciantes de toda la geografía española.
Este cobro, que pilló un poco de improviso a la gente, quizá por aquello de que nunca vemos la urgencia de algo que no nos está golpeando directamente sobre la frente, no fue bien recibido por la ciudadanía. Reacciones del tipo “yo no te pago por hacer propaganda” o “si la tengo que pagar, dame
una bolsa en blanco”, etc, eran las más habituales, habiendo incluso casos de personas cuyo grado de enfado les llevaba a no comprar. Era hacer responsable a quien solo podía hacer lo que la ley le obligaba. Ante esto no se abandonó el uso de bolsas, sino que la mayoría de los fabricantes de bolsas empezaron a ofrecer alternativas con otras fabricadas en su mayor parte con plástico reciclado, lo que evitaba el cobro de la tasa.
Ahora, años después, parece que todos hemos asimilado la necesidad de reducir el consumo de plástico, aunque sigamos viendo normal la cantidad de alimentos envueltos en plástico transparente en las estanterías de las grandes superficies, y muchas de las personas que vamos a hacer nuestras compras presencialmente, que eso es otro tema digno de análisis, lo hacemos llevando nuestra propia bolsa, habitualmente de tela.
¿Y qué ha hecho falta para este cambio de actitud? ¿Ha sido solo un cambio en nuestra concienciación sobre la situación de emergencia climática que vivimos? Pues sinceramente, no lo creo.
Es verdad que las noticias sobre el cambio climático y cómo nos afecta o nos afectará son cada vez más frecuentes y más seguidas por la ciudadanía en general. También es verdad que esto ha pasado a la vez que esas mismas noticias se han revestido de mayor rigor científico, huyendo de imágenes catastrofistas y apocalípticas, y que se han visto apoyadas por efectos ya palpables en lugares del mundo cada vez más cercanos.
Pero también es verdad que ha hecho falta que entre en juego algo denominado “greenwashing”. Una estrategia de marketing, puesta en marcha a nivel general por muchas de las grandes empresas del mundo y por la mayoría de los gobiernos, y que consiste en revestirse de una capa verde, ecologista, para hablarnos de lo concienciados y responsables que se han vuelto y de cómo ponen todo de su parte para hacer de este mundo un lugar mejor.
¡Y funciona! Da igual lo instruidos que estemos, acabamos comprándoles sus argumentos. Sin entrar a analizar si realmente lo son, verdes, concienciados y responsables, o sin preguntarnos porqué no lo hicieron antes.
Ha bastado que empresas comerciales, como las del grupo Inditex, por poner un ejemplo, hayan anunciado que para luchar contra el cambio climático van a cobrar las bolsas para que todo el mundo aplauda la decisión y se esmere en acordarse de llevarse bolsa propia al hacer las compras. Y ahora no se trata de un impuesto, sino de la compra de la bolsa en sí.
¿Por qué nos costaba tanto aceptarlo cuando era una medida de las administraciones y ahora lo acatamos sin problemas al venir de un conglomerado empresarial? ¿Por qué regañábamos e incluso no comprábamos cuando a quien teníamos enfrente era a un “pequeño comerciante” y ante los mostradores de las grandes cadenas aceptamos sin más tener que rascarnos el bolsillo?
Todo esto nos lleva a una reflexión que vuelve a coger la frase que da título a este artículo: “¿Bolsa necesita?”. ¿Nos lo hemos planteado? ¿La necesitamos? Y no solo las bolsas, sino tantas y tantas cosas que hemos convertido en normales y habituales en nuestro día a día y que hasta hace muy poco ni tan siquiera existían.
Es curioso cómo hemos ido avanzando hacia la modernidad abandonando hábitos que hemos identificado de “otra época”, que nos parecía más sombría, para que cuando parece que hemos llegado descubramos que las soluciones y propuestas que ahora aceptamos como las mejores para nosotros y nuestro entorno, son aquellas que ya se conocían y se llevaban a cabo hace años por nuestros padres y abuelos.
Ir con tu cesta de la compra, basar la alimentación en productos locales y de temporada, andar más, que es bueno para la salud, descubrir la felicidad en pequeñas cosas compartidas con quienes tenemos más cerca, ….. Todo esto, que parece sacado de una campaña de anuncios en televisión, no son más que las recetas de la vida cotidiana de las generaciones anteriores a la nuestra. Lo que era su modo de vida. Ahora, años después de haber renegado de ellas por considerarlas de país atrasado, disculpen la rotundidad pero es así, son las claves para volver a una vida sana y en consonancia con el planeta.
Ojalá nos sirva para aprender y, sobre todo, para actuar antes de que sea demasiado tarde. Aunque, visto lo visto, no sé yo.
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