Para cuando salgan estas líneas ya se habrá celebrado, si el COVID no lo impide, un nuevo acto reivindicativo por la situación del ferrocarril en Andalucía en general y en la parte Oriental y en Jaén en concreto, en particular.
El caso del ferrocarril es significativo de las políticas que se han seguido en Andalucía y España en los ¿últimos? tiempos. El desmantelamiento de las infraestructuras, justificado a menudo en la baja productividad, debida normalmente a su desmantelamiento, es una constante en nuestra provincia. Y como resultado del aislamiento la gente se va de los pueblos, lo que sirve para justificar que se recorten servicios públicos esenciales como sanidad o educación. Ello conlleva que más gente se decida a abandonar los pueblos, lo que hace que quienes empezaron esta cadena de decisiones se ufanen en lo acertado de sus medidas, sin caer en la cuenta de que han sido ellas precisamente quienes han precipitado el devenir posterior.
El hecho de que las inversiones vayan siempre en la misma dirección, ¿se trata de una estrategia intencionada? Posiblemente no, o eso quiero pensar. Solo que cuando no hay dinero para todos, a nosotros nunca nos llega.
También es verdad que en este país no ha habido unas auténticas
políticas de movilidad, sino que han sido políticas de infraestructuras. ¿Cuál
es la diferencia? En las primeras se analizan las necesidades de la población
en cuanto a desplazamientos de personas y mercancías y, en base a eso, se
diseñan las infraestructuras necesarias para cubrirlas. En las segundas se
aprueban infraestructuras varias, sin pensar en la utilidad real ni en el coste
añadido, no solo económico sino también medioambiental o de entorno, y se
construyen grandes obras, que se presentan como adalides de modernidad, cuando
en realidad solo son, y sálvese el que pueda, grandes pozos donde enterrar
miles de millones de euros sacados de nuestros bolsillos. Luego, ante la poca
validez y sentido práctico de las mismas, nadie parece ser responsable de lo
hecho. Y no solo eso, sino que se abunda en la mecánica a las primeras de
cambio.
Aeropuertos, AVE’s, tranvías,…. La lista es larga y de toda ella tenemos ejemplos cercanos.
Los proyectos y la cuantía de las inversiones han sido las variables que luego han condicionado las políticas de transporte. Pero éste es un sector fundamental para abordar muchos de los problemas y cuestiones a los que nos enfrentamos. Es determinante, por ejemplo, en cuanto a los retos ambientales: cambio climático –el transporte en España es el principal emisor de gases de efecto invernadero–, calidad del aire, ruido, biodiversidad, etc. Pero también ante los desafíos que se nos plantean frente al llamado pico del petróleo. Necesitamos afrontar una transición económica con parámetros de sostenibilidad, equidad y respeto al territorio.
Antigua Estación de Úbeda. Fuente Europa Press |
Pero el tema del ferrocarril va un paso más allá. La construcción de miles de kilómetros de autovías ha llevado aparejada la necesidad de que esas carreteras se llenaran de coches, un poco a modo de justificación “de cara a la galería”, y para conseguirlo no se ha dudado en acabar con el resto de las opciones. La apuesta era y es por el vehículo particular, como si el poder desplazarnos en nuestros propios coches a velocidades de crucero superiores a los cien kilómetros por hora nos garantizara el acceso a la modernidad o, lo que es peor, a la felicidad.
Esto ha ido creando una situación de aislamiento y abandono de pueblos y comarcas enteras. Y ahora parece que nadie sabe bien a qué responde esto. Cuando todas las medidas de inversiones y desarrollo se han desviado a zonas urbanas, ¿qué esperaban?
Todo se convierte en una cadena de abandono, huida, desmantelamiento, vaciado, que se usa para justificar que zonas enteras del país no salgan de la misma.
Es evidente que la movilidad es una de las grandes cuestiones que no están en absoluto resueltas en Andalucía. La imprevisión del desarrollismo urbanístico ha colapsado los accesos a las grandes ciudades andaluzas y ha aumentado de forma alarmante la contaminación.
También es patente la falta de transparencia con la que se adoptan decisiones de gran calado económico y territorial. Hay una ausencia casi absoluta de participación ciudadana, facilitando la capacidad de presión y de poder del sector de la construcción de infraestructuras, un oligopolio con enorme capacidad financiera y de influencia.
A esto responde la obcecada apuesta por el AVE. Un modo de transporte elitista, caro e insostenible que no responde a las necesidades de la ciudadanía. Viajar en tren por Andalucía es una odisea. Hay quien se empeñe en reclamar trenes de alta velocidad, pero eso no es lo que necesitan nuestros pueblos ni nuestra gente. Una red bien diseñada e implementada de trenes de corta y media distancia, con conexiones entre sí y con otras líneas de larga distancia, harán mucho más por el desarrollo de nuestra comunidad que pocos y vacíos AVE’s cruzando nuestros campos a toda velocidad.
A menudo se presenta la misma pregunta en distintos asuntos. ¿Los trenes se quitan porque van medio vacíos, o van medio vacíos porque se quitan?
Hoy en día, viajar en ferrocarril no es algo que baste con querer hacerlo. Las oportunidades para ello son pocas y solo nos conducen a ciertos sitios. Más aún si no vives o te diriges a uno de los nudos que alguien ha considerado prioritarios y alrededor de los cuales se concentra cualquier tipo de inversión. El resto de la geografía andaluza…. Pues oye, mala suerte.
La próxima vez que oigan a alguien quejándose por la malas condiciones de una zona, la falta de inversiones, los pocos servicios a su alcance, quizá sea bueno echar la vista atrás y ver si aquellos a quienes hemos puesto a gestionar lo público no han sido los primeros en desvalijarlo y abandonarlo para garantizar el beneficio privado, al que muchas veces han accedido como contrapartida.
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