Un botijo en el poyete de la ventana. Una bicicleta BH. Un balón “de reglamento”. El cesto para ir a la tienda. Las tardes de verano, jugando en la calle. Las tormentas de gotas gordas que amenazaban, sin lograrlo, con estropear esas tardes. Los libros del curso pasado, que no había que devolver al centro y se pasaban el verano dando tumbos por el dormitorio. El helado, que era una excepción para días especiales. Las salidas al campo o a las piscinas municipales los domingos. Los primos de fuera, que en verano iban y venían… Todo eso es para mí la morriña del verano de mi infancia. Seguro que había muchas más cosas, pero éstas son las que me vienen rápidamente a la cabeza cuando lo pienso. Todas esas cosas, y muchas más, que corrimos para dejar atrás. Casi tanto como ahora nos gustaría correr para tenerlas delante. Hemos relacionado desarrollo o superación con dejar de lado algunas cosas que nos hacían la vida más fácil, más sencilla, más feliz, mejor. Quizá porque corrimos tan