Según la Red Andaluza
de la Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN-Andalucía), el
35,1 por ciento de la población de Andalucía está en riesgo de pobreza y/o
exclusión social con datos del 2020, lo que supone un 33 por ciento superior a
la media nacional.
Según el mismo estudio, todos los indicadores que determinan la "Privación material severa" se hallan en Andalucía por encima de la media nacional siendo relevante que el número de personas que no pueden hacer una comida de carne, pollo o pescado cada dos días se ha incrementado un 41 por ciento. Igualmente el número de personas que no pueden mantener su vivienda a una temperatura adecuada ha crecido un 131 por ciento.
Para esta organización la situación de pobreza y de exclusión social que se vive en Andalucía "sigue siendo crítica", ya que la región parte de una situación "de absoluta desventaja ante la crisis", al ser la más pobre de España, sólo superada por Canarias y Extremadura.
Andalucía tiene 2,97 millones de personas en riesgo de pobreza y/o exclusión social, sobre un total de 8 millones y medio de habitantes, y la tasa de pobreza de la región ha alcanzado el 28,5 por ciento, cifra que es la tercera más alta de todas las comunidades autónomas (con 2,4 millones de personas pobres).
Por otro lado, según Save the children, actualmente un 31,1% de los menores de 18 años en España está en riesgo de pobreza o exclusión social, lo que implica que más de 2,5 millones de niños y niñas se encuentran en esta situación.
Todo esto son datos. Datos fríos y asépticos que después, en cualquier momento y en cualquier entrevista, vendrá un político, un analista o un tertuliano, a veces todo ello a la vez, y nos ayudará, mediante un colorido maquillaje, a digerir y a asimilar. Convertirlo en algo “normal” y endémico a nuestra tierra ha sido el gran éxito de aquellos, grupos o personas, que se benefician de esta situación.
Porque hay quien se beneficia, no lo dude, aunque a usted y a mí nos pueda parecer una aberración solo el hecho de pensarlo. Hay mucha gente que vive de la precariedad y la desesperación de otra mucha más gente.
El problema de los datos es que no salen de la nada. Los informes, en su mayoría brutales, que nos hacen una recopilación de datos y que periódicamente nos dan un mazazo de realidad, no se escriben como una novela ni representan la imaginación de un fantasioso escritor. Se trata de cifras que esconden, detrás de cada una de ellas, una tragedia a la que muchas miles de personas se ven abocadas y de las que cada vez, y a las cifras me remito, cuesta más salir.
No es cuestión de amargarse las navidades (lo escribo con minúscula a propósito porque creo que es una marca en el calendario del consumo, que ha dejado atrás hace mucho aquello del espíritu navideño, en el que coincidíamos hasta los ateos más convencidos), sino que es cuestión de abrir los ojos a la realidad.
Andalucía es un paraíso, pero hay mucha gente que apenas lo puede percibir porque vive sin poder levantar la mirada del suelo.
Y, claro, habrá que hacer algo.
La Directora General de Infancia de la Junta de Andalucía, Antonia Rubio, dijo abiertamente en la Comisión de Políticas para la Protección de la Infancia en Andalucía que la pobreza infantil existe y existirá. Dos años y medio después de su llegada al cargo en el Gobierno de PP y Ciudadanos en la Junta, Rubio en su primera comparecencia parlamentaria en Julio pasado le dijo en uno de sus turnos de intervención a la secretaria general del Grupo Socialista: "Señora Pérez, la pobreza existe, y lamentablemente, a pesar de la inyección de los fondos europeos, ninguno de los que estamos aquí, por la edad que tenemos y las canas que ya nos teñimos, vamos a conocer el fin de la pobreza, y eso es una realidad, aunque trabajemos cada día con ese entusiasmo y esa dedicación, porque también es nuestra responsabilidad".
Esto no parece un brote de sinceridad, sino más bien un derroche de chulería pasiva y declaración de intenciones. Vino a decir que esto era así desde hacía mucho y así iba a seguir. Demostró que ni sabe, ni quiere aprender, lo que hay que hacer para atajar el problema.
Quizá lo que haya que hacer es dejarse de lindezas y llamar sinvergüenzas a los sinvergüenzas y hacer más caso a quienes llevan mucho tiempo proponiendo medidas audaces y decididas para acabar con la pobreza.
Quizá haya que empezar a votar a políticos que realmente se preocupen de aquellos a los que se deben (la ciudadanía, que alguno tendrá sus dudas) y empezar a botar políticos corruptos y encallados, que dejen sitio y así poder abrir las ventanas para que entre un soplo de aire fresco que renueve las instituciones.
Quizá haya que empezar a escuchar, y no solo oír de vez en cuando, a todas las personas que día a día se baten el cobre con la pobreza, la miseria, la discriminación y la precariedad y saben de lo que hablan mucho mejor que cualquiera que lo haya estudiado en una facultad sin asomarse jamás a un barrio de los llamados marginales.
Alguien me preguntó una vez ¿por qué habláis de la pobreza las personas que sois ecologistas? Porque nosotras, que empezamos a usar el término sostenibilidad mucho antes de que otras pervirtieran su significado, sabemos que no hay nada más insostenible que millones de personas en el paro, que millones de personas pasando hambre y frío, que millones de personas sin una solución habitacional y sin acceso a unos servicios públicos de calidad.
Mientras quienes gobiernan una administración sigan pensando que las políticas de salud, de educación, de cuidados, de cooperación y solidaridad, son solo gastos en un presupuesto, no podremos salir de aquí. Ese dinero, el que se gasta en mejorar el nivel de vida de la gente en cosas básicas e imprescindibles, es la mejor inversión que puede hacer una sociedad.
Y lo demás es palabrería navideña.
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