Recuerdo que, apenas cumplidos los 14 años, empezábamos ya a hablar en la pandilla (concepto que quizá algunos hayan sustituido por el de “grupo de Whatsapp”, pero que tiene unas connotaciones de presencialidad y complicidad del que el virtual carece) de qué íbamos a hacer cuando “fuéramos mayores”. Por aquel entonces, hablo de mitad de los años ochenta del siglo pasado, las opiniones estaban divididas entre seguir estudiando hasta terminar una carrera, algo no tan habitual como lo es hoy en día y que solía garantizar, más o menos, un empleo mucho más que ahora, o ponerse a trabajar, una expresión muy de nuestros padres cuando te venían dos o tres suspensos en “las notas”. Pero lo que sí había en común, tanto en unos como en otros, era el horizonte lejano al que solíamos mirar, y ver como la panacea de futuro seguro, de convertirnos en funcionarios. Daba igual el ámbito o el puesto, lo importante era la condición de trabajador de la administración. Para mí, que no estaba en ese d