Nos encontramos una vez más, queridas personas “Libreopinantes”,
y lo hacemos esta vez bajo un título que bien podría incluir cualquier otro
nombre de ciudad. Barcelona, Estocolmo, Londres… nos habrían servido para el
efecto deseado, que no es otro que el de indicar que cada sitio, cada ciudad,
tiene unas características físicas, históricas y culturales que la hacen única
y, por lo tanto, que requieren de una adaptación al entorno de cualquier
propuesta para su mejora.
Porque, eso sí, vamos a suponer, como “bienpensantes” que somos, que todas las propuestas que se hacen sobre nuestra ciudad, se hacen siempre desde una óptica de mejora y superación. Cualquier otro razonamiento haría innecesaria cualquier propuesta o artículo al respecto puesto que solo estaríamos sometidos a la voluntad caprichosa de gobernantes de turno.
Y, por entrar en materia, ¿qué quiero decir con todo esto? Pues algo tan sencillo como que la ciudadanía en general estamos cansados de experimentos y “megapropuestas” que intentan trasladar a Jaén algo que alguien ha visto u oído que se hace en otro sitio y que allí ha cambiado por completo la ciudad.
A nadie se le ocurriría, espero, proponer la creación de un Metro para Jaén, porque haya estado de visita en Madrid y haya visto lo rápido que se mueve uno por la ciudad en ese medio. Evidentemente ni las distancias ni las infraestructuras de Jaén son comparables a las madrileñas y su construcción no haría sino dar lugar a un despilfarro en una red infrautilizada e inútil desde el primer día. Algo como pudo pasar en su momento con el tristemente famoso tranvía de Jaén, que, como decía un amigo experto en temas de movilidad, solo era una “pasada de frenada” y un sobredimensionamiento de las necesidades reales de la ciudad, como había pasado en otras propuestas y otras ciudades de nuestro entorno.
Pues ese mismo razonamiento habría que hacerse para otras muchas propuestas, más o menos descabelladas u oportunistas que se han oído en diferentes momentos de nuestra historia reciente.
Desde pequeño he oído a mis mayores decir que Jaén tenía, por su tamaño, lo bueno de las ciudades y de los pueblos. Pero, con el paso del tiempo, empiezo a pensar que tenemos lo malo de ambas. Me decían, “aquí puedes ir andando a todos sitios, porque no hay distancias”, pero en cambio tenemos una ciudad colapsada, con un tráfico infernal y un nivel de contaminación atmosférica y acústica como si tuviéramos un tamaño tres veces mayor. Me decían, también, “tenemos acceso a una oferta cultural que, en sitios más pequeños, no puede haber”, pero en cambio resulta que, por poner un ejemplo, si quiero ir al cine tengo una sola oferta a la que acudir y que, encima, está fuera del casco urbano por lo que estoy obligado a usar transporte, público en el mejor de los casos, privado casi siempre si no quiero pasar tardes enteras en un centro comercial.
Jaén tiene que ser verde, amable. Que se preste a su paseo y su disfrute, pero cuyas calles no supongan una trampa para comercios y empresas. Tenemos un casco histórico riquísimo y a la vez no solo infrautilizado sino infravalorado incluso por las mismas personas que vivimos aquí. La belleza de nuestras calles y plazas y la riqueza histórica de los rincones de la ciudad son un reclamo para el turismo y para la misma gente que habitamos Jaén, pero ni nos lo creemos ni hacemos demasiado por resaltarlo. Porque además esa belleza no depende solo de los edificios, algo que parece que es a lo que nos aferramos en muchas ocasiones, también es cuestión de los espacios, de los recuerdos, de la cultura.
Necesitamos una infraestructura verde que conecte los espacios alrededor de la ciudad, creando un enorme pulmón natural para la ciudad y su gente, pero que nadie me hable del Retiro, que aquí debemos crear y adaptar nuestro propio espacio y nuestras necesidades.
Debemos, de manera urgente, repensar la movilidad para nuestra ciudad. Pero no pensando en megaparkings o en autobuses de dos pisos, sino acorde al tamaño y las necesidades de las personas usuarias del servicio, porque serán ellas quienes disfruten (o sufran) su funcionamiento.
Adaptemos nuestra ciudad a la realidad del cambio climático, algo que no es futuro ni ciencia ficción y que ya está aquí y que ofrece una oportunidad de generación de empleo que nadie puede dejar pasar, y mucho menos en una situación de índices de paro como los que tenemos en Jaén.
Vamos a otros sitios y vemos soluciones que nos maravillan, pero a menudo son las más simples las que cambian la fisonomía y el movimiento de la ciudad y las que podemos adaptar con más facilidad y probabilidad de éxito. Recientemente, en una visita a Sevilla, me llamó la atención los carteles que indicaban la distancia, en minutos, hasta un determinado monumento. Me pareció un detalle sencillo y muy útil para los visitantes y seguro que mucho más fácil de trasladar que el tranvía que pasa junto a la Giralda, que igual fue lo que se intentó hace ya mucho tiempo y que aún seguimos esperando que eche a andar.
Y esto solo tiene un camino y es el diálogo. Lo siento por aquellas personas que esperaban originalidad y milagros para mi aportación, pero la solución y el mejor consejo que se puede dar es ése: hablar, hablar, hablar. Con todo el mundo, especialmente asociaciones y colectivos implicados en cada caso. Que nadie pretenda sacar de una mágica chistera una solución milagrosa, porque seguro que ya está todo pensado. Los milagros no existen y solo el entendimiento entre la gente, la inteligencia colectiva, que siempre he pensado que suma mucho más que la suma de las inteligencias individuales, serán capaces de diseñar las propuestas que la ciudad necesita.
Hoy he podido ver bastantes turistas, plano en mano, en los alrededores de la maravillosa Catedral de Jaén, y lo primero que me ha venido a la cabeza es qué pensarán cuando vean el entorno de Martínez Molina, hasta llegar a los Baños Árabes y La Magdalena, o si suben por Obispo Aguilar o por el barrio de La Merced.
Pues ya tenemos por dónde empezar. ¿Hablamos?
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