Hace unos pocos días tuvimos la ocasión de “disfrutar” del enésimo espectáculo al que nos tienen acostumbrados nuestras señorías, las personas representantes de la ciudadanía en el Congreso de los Diputados. (Importante no olvidar ese detalle)
Vino en esta ocasión al hilo de una mención de una diputada de VOX aludiendo a que Federico García Lorca, si estuviera vivo, votaría a su partido porque amaba España. Ya saben, si lo vieron y si no ya se pueden imaginar, el alboroto que se montó en un momento: aplausos, pitos, abucheos, y alguna frase entre la que toda la prensa destacó una que provenía, al parecer, del grupo de Unidas Podemos que decía “vosotros le matasteis”.
No voy a entrar hoy en esa etapa trágica de nuestra historia reciente porque, a pesar de los años transcurridos, rememorar la guerra civil del siglo XX (porque no hay que olvidar que hubo otras) sigue siendo un cruce de recuento de víctimas y reproches que alejan más que otra cosa cualquier posibilidad de superar, entender y asumir el pasado y ser capaces de confabularnos para que no se vuelva a repetir.
Lo que me ha resultado muy llamativo del momento, y que me ha impulsado a escribir estas líneas, es que entre los reproches no oí en ningún momento que alguien dijera algo así como: “precisamente, porque amaba a España, nunca hubiera votado a VOX”
Y es que 40 años de dictadura primero, ayudado el efecto por la forma en que esa dictadura llegó al poder, y la aparente apatía y abandono de ello por parte de las izquierdas, han hecho posible que en nuestro país amar España, sentirse español, llevar una bandera española, etc, suponga inmediatamente y sin paso previo que se te considere de derechas, cuando no abiertamente “facha”
Quizá nadie lo ha pensado, pero es el amor a tu país, a tu gente, a tu cultura, a tu historia… lo que hace que quieras que sea un sitio mejor. El hecho de que tu modelo para ese sitio mejor no coincida con el de otros no quiere decir que seas más o menos patriota que ellos.
Para mí, que pienso que nacer en un sitio o en otro es una cuestión de suerte y de oportunidad, el hecho de amar un lugar va unido a las vivencias que tengas con él. Ello incluye, por supuesto a las gentes y al día a día de tu vida en el mismo. Y eso es lo que te lleva a un compromiso con su mejora y poder convertirlo en el lugar donde quieres que tus hijos vivan y contribuyan también a un mayor desarrollo. No me importa el número de banderas que una persona puede llevar encima en forma de cinturones, llaveros, gorras, camisetas, y demás. Lo que de verdad me importa es el compromiso que adquiere con el país y, por lo tanto, con su gente. La patria se hace con la contribución diaria a su desarrollo. El pago de impuestos para mantener los servicios públicos, el civismo para no destrozar nuestro medio ambiente, la educación para tratar bien a todas las personas, la responsabilidad hacia nuestro patrimonio histórico y cultural, la capacidad de evolucionar con los tiempos para adaptarnos a ellos y ser capaces de ofrecer siempre nuestra mejor versión…todo eso es para mí más importante que llevar una bandera en el cinturón.
Sí, es posible que se te ponga la carne de gallina al oír el himno de España en un acontecimiento deportivo y, a la vez, que tu idea de país sea inclusiva y no excluyente y esté enlazada con el resto de países, a quienes no ves como competidores de patrias sino como vecinos con los que compartimos este rellano llamado Tierra.
Llegamos al punto ridículo de ser capaces de llevar una camiseta de la selección alemana de fútbol o una pegatina con una bandera estadounidense en la carpeta, pero ser incapaces de usar un llavero con la bandera española para que no nos tilden de “fachas”. Los símbolos de un país son los que tiene aprobados y refrendados por la ciudadanía y si esa ciudadanía o parte de ella quiere modificarlos, tendrá que empezar por movilizarse para explicar y llevar un proyecto de cambio que acumule el favor de la gente y lograr así ese cambio. Mientras tanto usar esos símbolos solo indica un sentimiento, un cariño o, simplemente y en muchos casos, un gusto estético.
Tenemos que entender que esto que llamamos España es un proyecto común, que cada uno entiende a su manera, pero que debemos construir entre todas las personas que lo habitamos y que lo sentimos
como nuestro, allá donde vivamos, y que somos quienes lo mantenemos vivo.
En un mismo sentido, y de ahí la llamada a que recordaran lo que decía al principio, es muy curioso lo que pasa aquí, reconozco que desconozco si en otros sitios es igual, acerca de sentirse representante y representado entre la ciudadanía y nuestros cargos políticos.
He participado en muchas campañas electorales y he tenido y tengo mis preferencias políticas. En el momento del fragor de las campañas, que hoy día se alargan los cuatro años completos que dura cada legislatura, actúo en función de mis preferencias y apoyo, en la medida de mis posibilidades, a aquellas candidaturas que representan mi visión del presente y el futuro. Pero mi mayor aspiración es que cuando las elecciones se celebren, quien salga elegido sea y actúe en nombre de todas las personas a las que representa y que no son solo las que le han votado.
La persona que ejerza la presidencia de mi país será mi presidente/a aunque yo no la haya votado y tendrá mi apoyo y mi respeto en su actuación como tal. Independientemente de que comparta o no sus propuestas y esté dispuesto a dar la batalla política para cambiar las que crea equivocadas. Quizá, si ese respeto y esa representatividad fueran asumidas por representantes y representados, sería un primer paso importante para que espectáculos denigrantes para la democracia dejaran de verse en los órganos a los que se debería ir a defender al conjunto de la ciudadanía y a llevar a cabo el compromiso adquirido en las urnas, rápidamente olvidado en muchos casos. (Aunque eso es otro tema que da para otro/s artículos)
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