¡Ah, el futuro! Pensamos cómo será y cómo vivirán nuestros hijos. La tecnología, el trabajo, el ocio, el deporte, las relaciones sociales, el medio ambiente….sabemos que todo será diferente porque el mundo se ha acelerado hasta límites que solo podíamos sospechar. Y concluimos que habrá que luchar, para que nuestros hijos vivan bien y no dominados por máquinas o con trabajos semiesclavizados o penosos.
Pero equivocamos la lucha porque pensamos en un marco temporal erróneo. Nos planteamos siempre cómo queremos o cómo va a ser el futuro, pero el futuro es ya. Los cambios que darán lugar a la sociedad que vivirán nuestros hijos, son los cambios que se están produciendo ahora.
Y la pregunta está clara. ¿Qué estamos haciendo para dirigir esos cambios? ¿Qué medidas tomamos ante cambios que se producen ahora y que aparentemente no nos dejan capacidad de reacción? ¿Qué grado de responsabilidad estamos dispuestos a asumir sobre la sociedad que vamos a dejar, el planeta que vamos a legar?
Son cambios que incluimos en nuestra rutina sin pensar en que son el modelo al que, poco a poco y disfrazados de modernidad, nos van obligando.
¿Quién dirige esos cambios y para qué? Es posible que no los veamos a simple vista, porque nadie muestra sus cartas y menos si es buen jugador. Pero están ahí y se pueden distinguir porque son quienes sacan más y mejores beneficios de esos cambios y, sobre todo, de los cambios que los primeros acarrean.
Es habitual escuchar a los gobernantes escudarse en que hay cambios que no se pueden hacer, pero no nos explican porqué ni quién no les deja hacerlos. Y entonces vemos que estamos solos. La ciudadanía frente al PODER. El poder con mayúsculas que maneja a quienes gobiernan.
Vivimos una lucha entre el modelo de sociedad que nosotros queremos y aquel al que nos abocan y que está diseñado para que todo siga igual, para garantizar su estatus. Una lucha en la que hay enemigos reales y que no cesan en sus ataques y maniobras defensivas. Casi siempre colocándose muy cerca, disfrazados de amigos para conseguir así que les abramos las puertas de nuestras vidas y de nuestro futuro.
¿Sabemos quién es el enemigo? Más allá de aquellas caras visibles que nos muestran los informativos. Podríamos afirmar que no. Pero, ¿qué hacemos cuando lo hemos identificado para oponer la resistencia necesaria?
Cuando se habla de la dificultad para cambiar las cosas, ¿a qué nos referimos? Creemos que apenas podemos hacer nada. Que nuestra fuerza es muy limitada. Y en parte es cierto, porque somos un pequeño eslabón de una gran cadena. Pero no podemos olvidar que cualquier cadena se compone de eslabones y que todos juegan su papel y son imprescindibles para la cadena. La frase “un grano de arena hace una playa”, es más real que nunca.
Las cosas no pasan de la noche a la mañana. Quienes las ponen en marcha cuentan con la aceptación de quienes las padecen para ir creando el modelo que, en un momento dado, parecerá no tener vuelta atrás. Y es cuando se empiezan a generar esos cambios cuando hay que pararlos o seremos responsables de nuestra vida de mañana bajo ese modelo.
¿Cuánto protestamos el primer día que el banco no nos dejó retirar nuestro dinero porque habían pasado las once de la mañana? ¿Cómo manifestamos nuestro descontento la primera vez que tuvimos que repostar solos porque los surtidores eran de autoservicio? ¿Recordamos cuándo fue la última vez que salimos a la calle a reclamar unas condiciones laborales dignas, más allá de un buen sueldo? O quizá a apoyar a los miles de trabajadores que perdían sus empleos por los cambios que alguien había dirigido y que nosotros habíamos aceptado sin más, sin plantearnos qué nos traía esa nueva situación o cómo afectaría a nuestro entorno.
Yo, la verdad, no sabría decirlo. Pero soy una más de las personas que admitieron sin apenas aspavientos que me acortaran el horario en el que podía ir a sacar mi propio dinero al banco. O cuando me obligaron a pagar los recibos por cajero automático. O cuando me obligaban a contratar tarjetas o seguros para poder acceder a ciertos productos que en ese momento me parecían imprescindibles. Al final he acabado pidiendo cita previa para ir a “mi” oficina bancaria. Cita que normalmente me salto y soluciono el trámite a través de la web, de manera totalmente impersonal. He pasado de quejarme porque solo soy un número para “mi” banco a dejar que los empleados de ese banco sean para mí un emoticono y una dirección de e-mail.
¿Existen alternativas? Claro que las hay. Para todo. Pero hay que buscarlas. Son opciones que no ampara el sistema y que, por lo tanto, no tienen acceso a nosotros de una forma tan fácil.
Existen otros modelos de bancos, de compañías eléctricas, de empresas de telefonía…ah, y siguen existiendo los pequeños comercios. Al menos cuando empecé a escribir este artículo.
Pero es necesario actuar bajo un plan, con un modelo. Provocar aquellos cambios que de verdad nos benefician, sabiendo que nos va a costar. Porque quienes tendremos enfrente no se van a dejar redirigir como solemos hacer nosotros.
Cambiar la sociedad requiere esfuerzo y sacrificio, no es un camino de rosas y por eso estará lleno de dificultades. Es mucho más fácil enfrentarnos con el guardia jurado que no nos deja entrar al supermercado porque hemos llegado diez minutos después de la hora de cierre, que hacerlo con nuestro jefe para conseguir una jornada laboral que nos permita hacer algo más aparte de trabajar todo el día y poder realmente conciliar, palabra muy usada pero apenas conocida, nuestra vida familiar con la laboral.
Pero se puede conseguir y ayuda saber que pequeños gestos y pasos cortos nos proporcionan grandes avances cuyos beneficios notamos inmediatamente. Además se trata de cambios que nos mejoran a nosotros, y mejoran el entorno. Eso provocará una dinámica difícil de frenar una vez puesto en marcha.
Ya solo falta poner las ganas y organizarse, porque esto es una red y las redes no se tejen solas y cuesta menos hacerlas cuando se hacen entre muchas manos.
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