Nos pide Joaquín García Martín, presidente de la Asociación
Víctimas del Paro, en su imperdible artículo “Gobernantes
y políticos sin empatía”, que nos pongamos por unos momentos en el papel de
esas familias que no tienen ningún ingreso, o en la tesitura de las personas
que tienen que dormir en la calle.
Tengo que decirte, Joaquín, que yo no puedo. Para mí la
angustia y la desazón que provoca tan solo
Joaquín García, presidente de la Asociación Víctimas del Paro |
A veces, cuando llego a casa por la noche, después de toda
la jornada trabajando, especialmente si está lloviendo o hace mucho viento, y
veo a mis hijos tranquilamente jugando en su habitación, ajenos al mundo
exterior, pienso en la situación de esos padres que cada día tienen que ver
cómo no pueden darles un techo o unas comodidades mínimas de supervivencia a
sus hijos, lo que tiene que ser aún mucho más duro que soportarlas uno mismo.
¿Qué han hecho ellos para estar así, para que su vida sea tan dura? En la
inmensa mayoría de los casos: nada. Son víctimas de un sistema que necesita de
gente en su situación para garantizar un estatus que eterniza y consolida las desigualdades.
Que necesita ciudadanos de diferentes categorías para asegurar la explotación
de las personas.
Y en ese sistema vivimos todos. Vamos tan deprisa en busca
de una felicidad inexistente, o que al menos no está donde nos han dicho, que
nos olvidamos de mirar a lo que tenemos alrededor o a quienes se han quedado
atrás. Somos todos trepas en una sociedad que se sustenta en que por mucho que
subas siempre estés en el mismo sitio y si dejas de subir caes en picado.
Y nuestros representantes, a quienes se dirige especialmente
Joaquín en su artículo, hacen lo mismo. No quieren afrontar la situación de
miles de personas que a duras penas malviven en nuestro país porque no les
interesan. Porque han decidido ignorarlos, como si así fueran a desaparecer.
Porque les son incómodos porque personalizan sus fracasos de gestión del bien
común, para lo que han sido designados.
Y nuestra labor es exigirles que miren, que actúen, que
pongan remedios, porque en esa situación podemos vernos todos cualquier día y
porque como sociedad tenemos un deber con todos y cada uno de los miembros de
la misma. Hay que garantizar unas condiciones mínimas de vida dignas para todas
las personas y no hacerlo nos convierte en seres embrutecidos que viven
pensando que han evolucionado, cuando la realidad es que se mueven pero nunca
han abandonado el punto de partida.
Estamos
obligados a crear una nueva sociedad. La Emergencia Climática y la crisis
sistémica nos van a obligar a ello. Hagámoslo desde la solidaridad, la empatía
y los cuidados y no desde el miedo, la exclusión y la intolerancia. Soluciones
hay, lo que hace falta es la voluntad y el valor para ponerlas en práctica.
Voluntad para ponerlas en el eje de las políticas y valor para soportar los
embites de quienes verían peligrar su posición.
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