Cuando algo lo vemos todos los días, acaba volviéndose invisible y sólo cuando desaparece nos damos cuenta de todo lo que nos aportaba y el hueco que deja. Esto, que seguro que sería aplicable a miles de cosas en nuestras vidas, viene como anillo al dedo a la situación que vive el pequeño comercio. Las tiendas de barrio dan a la ciudad y a nosotros mismos mucho más que la posibilidad de comprar los productos que necesitemos. En esas pequeñas tiendas, casi siempre gestionadas y atendidas por los propios dueños o sus familiares, encontramos el consejo y la cara amable que necesitamos para decidir cual de los componentes de la oferta mejor se acomoda a nuestras necesidades. La experiencia y el buen hacer de los comerciantes están a nuestro servicio y nos abren las puertas de su establecimiento y sus conocimientos. Las calles de nuestras ciudades y pueblos se vuelven vacías e inhóspitas sin la luz y el “jaleo” de los comercios. La invitación a pasear se vuelve tramposa y nos a