La fracturación hidráulica o fracking es una técnica empleada en la extracción de gas no convencional y que consiste en la inyección de una gran cantidad de agua, mezclada con arena y un cocktail de productos químicos, para conseguir que la roca en la que el gas se encuentra aprisionado literalmente se reviente, consiguiendo liberarlo para que sea recogido en la medida de lo posible.
Evidentemente ante esta definición
la retahíla de preguntas es considerable: ¿dónde va el gas que no se consigue
recoger?, ¿y los productos químicos inyectados?, ¿qué pasa con los acuíferos de
la zona?, ¿y con las tierras de cultivo?, ¿cuáles son los efectos que estas
inyecciones a presión pueden provocar en la tierra?, ¿qué ocurre cuando se deja
de explotar un pozo de extracción?...
Las respuestas de todas estas
preguntas son las que nos llevan a celebrar el Día Mundial Contra el Fracking
porque ni que decir tiene que el gas y los productos químicos no recogidos
quedan libres filtrándose por el suelo, con la consiguiente contaminación y
efectos para la salud, que los acuíferos así como las tierras cultivables de la
zona corren un riesgo gravísimo de quedar contaminadas amén del desorbitado
consumo de agua que esta forma de explotación lleva aparejado ya que sólo para
la fase de fractura una plataforma con 6 pozos de 2 kilómetros de profundidad y
1,2 km de recorrido horizontal necesita entre 72.000 y 210.000 toneladas de
agua, todo ello en zonas en las que la carencia de agua se ha convertido en
crónica. Está sobradamente reconocido que los trabajos de fracking provocan un
incremento considerable de la actividad sísmica por lo que en aquellas zonas ya
susceptibles de sufrir temblores de tierra los terremotos ocasionados pueden
incrementarse notablemente en número e intensidad y, por último y por seguir el
guión de las preguntas enunciadas, una vez terminada la actividad de los pozos,
cosa que ocurre al cabo de cómo mucho cinco años dentro de los cuales en el
primer año se extrae hasta el 70% de todo el rendimiento posible, no pasa nada.
Es decir, nadie puede arreglar el destrozo ocasionado. Para entonces se estará
explotando otro pozo cerca en el que se volverá a repetir todo el proceso. Lo
que nos llevará a un paisaje de pozos y desierto, de caminos hechos al efecto y
abandonados después, de contaminación durante y después de la explotación, y
sobre todo a un paisaje de pobreza en el que en ningún momento se habrá notado
el supuesto “maná” que se esgrime como argumento principal para convencernos de
la bonanza de usar esta técnica. No habrá “pan para hoy y hambre para mañana”,
ni siquiera lo habrá para hoy.
Todo esto nos lleva a preguntarnos,
¿por qué entonces se apuesta por esta técnica de explotación con tan graves
riesgos para la salud de las personas y la economía y el medio ambiente de una
zona? La respuesta es sencilla, porque no hay otra manera de sacar el gas no
convencional. Y hoy en día este gas se ha convertido en uno de los últimos
coletazos de un sistema energético que vive apoyado en la explotación sin
límites de los combustibles fósiles, que ya dan evidentes muestras de su
agotamiento. Hace unos años nadie, ninguna compañía o empresa energética, habría
prestado atención a este gas por la baja rentabilidad y el enorme esfuerzo, no
solo económico sino de coste medioambiental y social, que tiene. Pero resulta
que se ha creado una burbuja alrededor de este elemento que se ha convertido en
una fuente de beneficio para aquellos que están dispuestos a sacrificar la
salud, el bienestar y la calidad de vida de todos los ciudadanos de allí donde
quieran extraer el gas.
Pero claro podemos estar tranquilos,
las autoridades no dejarán que todo esto ocurra, ¿o sí?
Pues lamentablemente sí. Los
gobiernos y algunos de los partidos en los que se sustentan, y otros en los que
no, apoyan la utilización de esta técnica. No les basta con saber las
consecuencias nefastas que estas explotaciones han tenido en otros países como Estados
Unidos, donde son pioneros en su utilización. No parece suficiente que países
como Francia haya prohibido su uso o que zonas enteras de otros países, como Renania
del Norte-Westfalia en Alemania, se hayan declarado “libres de fracking”.
Y qué pasa aquí, en Andalucía, en
Jaén. Pues pasa como muchas veces a lo largo de la historia, que las presiones
de los grupos interesados son capaces de volcar la situación y gobernantes que
en otras zonas piden su prohibición aquí se muestran menos que tibios a la hora
de hacer lo propio. Y si no ¿a cuento de qué viene que el Gobierno autonómico
presente una Proposición No de Ley (PNL) para declarar la región “Libre de
Fracking” pudiendo presentar directamente una ley que prohíba y sancione su
uso? ¿Por qué en el primer debate de una PNL en este sentido en la comisión de
Medio Ambiente del Parlamento autonómico se acabó descafeinando totalmente el
texto para acabar aceptando las licencias ya concedidas en nuestro territorio y
por qué meses más tarde se aprueba otra PNL, esta vez en la comisión de Economía,
pidiendo la declaración de “Andalucía Libre de Fracking” pero indicando en el
punto dos “dejar sin efecto, en su caso, todas las autorizaciones concedidas por
la Junta para la realización de estudios prospectivos mediante esta técnica". ¿En su caso? ¿En qué caso, señores del Gobierno? En todos los casos, no queremos que se haga fracking en nuestra comunidad, ni en
ninguna, en ningún caso. Queremos que la Comunidad Autónoma Andaluza sea
referente y punta de lanza en el cambio de modelo energético, que es
inevitable, y que todas estas licencias y moratorias no hacen sino retrasar la
salida hacia un sistema basado en las energías renovables, en las que por
cierto sí que somos punteros y sí que crean riqueza y empleo en la zona en
lugar de destrucción y abandono.
Jaén es una de las provincias
afectadas por las licencias de explotación concedidas. En concreto tenemos más
licencias que nadie en Andalucía, principalmente en la comarca de La Loma,
Sierra Mágina, Sierra de Cazorla. ¿De verdad a nadie del Gobierno se le ha
ocurrido que esto puede acabar con la economía de la provincia, eminentemente
agrícola? La nueva consejera de Agricultura, Elena Víboras, ha declarado que
hay que luchar hasta el último ápice por la calidad de nuestro aceite. ¿Cree
usted, señora Víboras, que los exigentes consumidores europeos, asiáticos o
norteamericanos van a seguir teniendo en tan alta estima nuestro aceite cuando
sepan que se produce justo al lado de estos pozos? ¿Por qué cree usted que La Rioja
ha sido una de las primeras regiones en declararse Libres de Fracking? Quizá la
calidad de su vino haya tenido algo que ver, ¿no le parece?
Realmente a mí me parece que con
todos estos interrogantes ya debería ser más que suficiente para que no se volviera
a oír hablar de esta forma de explotación pero aún nos queda algo más importante.
¿Qué pasa con la salud de los habitantes de las zonas afectadas? ¿Esperamos a
que enfermen y luego ya se verá si se les indemniza y cómo? Visto lo de
Aznalcóllar ya podemos imaginar la respuesta. Quizá también debería presentarse
la PNL en la comisión de Sanidad del Parlamento. Quizá deberíamos recordar que
la mejor política sanitaria no es la que se limita a curar a los enfermos, sino
la que evita que enfermen. Como consecuencia del fracking cabe destacar
afecciones a la salud humana por la utilización de 17 tóxicos para organismos
acuáticos, 38 tóxicos agudos, 8 cancerígenos probados, 6 sospechosos de ser
cancerígenos, 7 elementos mutagénicos, además de aquellos elementos tóxicos presentes
en el subsuelo liberados durante la explotación.
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