Se te queda una sensación de deber incumplido cuando sabes que tienes una deuda y que no la vas a poder saldar porque la persona con la que estás endeudado está muerta. Como comprenderás no se trata de una deuda económica, porque de cobrar éstas ya se encargan los herederos, sino de una deuda moral.
Yo tengo esa sensación de deuda moral con mi abuelo y mi deuda es la sociedad democrática en la que vivimos.
Mi abuelo pertenecía a una generación que creyó en que ellos no tenían porqué ser menos que nadie. Creyeron en la posibilidad de cambiar la sociedad y para ello lo primero era hacer que todo el mundo tuviera acceso a la educación y a la cultura. Creyeron en la posibilidad de un país en democracia, al estilo de las democracias europeas, en el que las mujeres tuvieran los mismos derechos que los hombres y en el que no se persiguiera ni discriminara a nadie por sus creencias o inclinaciones. Creyeron en que España podía ser un estado laico en el que la Iglesia no debía tener privilegios así como tampoco los miembros de ciertas familias que disfrutaban aún de prebendas ganadas en campos de batalla muy lejanos en el tiempo.
Estaban tan convencidos de que su idea era posible que cuando aquellos que veían su estatus amenazado decidieron acabar con la nueva situación a golpe de fusil y pelotón estuvieron dispuestos a morir para defender su idea de España.
Yo tuve la suerte de conocer a mi abuelo y poder disfrutar de su compañía durante muchos años, pero muchos otros no tuvieron esa suerte. Algunos saben exactamente donde murieron sus abuelos pero muchos, muchísimos, ni siquiera saben dónde murieron, ni dónde están enterrados. Algunos ni siquiera saben a ciencia cierta si están muertos, solo disponen de algunos testimonios llegados a lo largo del tiempo y del miedo. Lo que sí tenemos todos en común es el orgullo que sentimos por ellos.
No voy a decir que pienso que los dos bandos de aquella guerra se comportaron igual porque no creo que fuera así, pero a pesar de eso yo no busco culpables más allá de la propia vorágine de la guerra. No quiero que nadie se siente en ningún banquillo por lo que hizo hace ochenta años pero si quiero que todo el mundo sepa qué paso. Que pueda conocer su historia, no la Historia con mayúscula, la que mucha gente ha estudiado, sino las pequeñas historias de aquellos que un día dejaron de ser cocineros, panaderos, albañiles, profesores, etc. y se convirtieron en luchadores y defensores de la libertad y la democracia. Es cierto que la Historia la escriben los vencedores pero nadie nos puede arrebatar la memoria.
Creo que todo el mundo tiene derecho a poder honrar a sus muertos y a saber la verdad de lo que pasó, no porque la verdad nos haga libres ni nada por el estilo sino porque la verdad salda deudas, y ya es hora de que paguemos.
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